Se ha convertido casi en tópica la idea de que la modernidad comporta necesariamente la pérdida de importancia social de la religión. Desde ese presupuesto, se cuestiona la pertinencia de la teología para iluminar los diversos campos de lo social. ¿No compete más bien a la razón proporcionar el criterio universal, la guía para organizar el espacio que todos los ciudadanos comparten, quedando la religión como interés específico de los creyentes? Ciertamente, no podemos prescindir de la razón a la hora de establecer las bases de la convivencia; pero ¿significa esto que la religión ha de quedar excluida de la esfera pública y recluirse en el terreno privado? La historia enseña que una politización indebida de lo religioso trae tantos perjuicios para la política como para la religión. Pero una presencia pública de las tradiciones religiosas acorde con su naturaleza, diversa de la política, puede constituir una reserva importante de humanidad frente a los excesos de la sola razón. Este libro quiere situarse en esa línea y representa un intento de diálogo entre la perspectiva cristiana y la propia de las ciencias empíricas de lo social.