Hasta hace poco tiempo la comunidad de San José de Gracia no aparecía en ninguna historia de México, ni se mencionaba en ninguno de los anales del estado de Michoacán. No figuraba en los mapas, y cuando su nombre llegaba a asomarse en alguno de ellos, era en una ubicación incorrecta. Solía ser un punto desconocido en el espacio, en el tiempo y en la conciencia de la República mexicana. Hasta hace poco.

En su ya clásica historia del mundo de San José, Luis González alza la vista en todas direcciones: hacia lo duradero y lo efímero, hacia lo cotidiano e inusual, hacia lo material y lo etéreo. Su historia es, en cierta medida, la historia de la vida rural en cualquier lugar, en cualquier edad; hasta cierto punto, también, en particular del mundo de los campesinos a lo largo de la historia de México, y de cierta forma podría decirse que es verdad sólo en San José. Esta es la historia de una comunidad víctima de las megalópolis, en México y en todas partes, pues al diluirse la pequeña comunidad se pierden las tradiciones y un sentido de continuidad que puede resultar insustituible y esencial para el bienestar humano.