Federico II de Prusia (1721-1786) ha pasado a la historia con el título de ´el Grande´ por haber sido uno de los soberanos más importantes del siglo XVIII, y un prototipo del ´déspota ilustrado´, que se propuso beneficiar a su pueblo sin contar con su asentimiento, ni con la moralidad de los medios empleados, como estuvo de moda durante la Ilustración. Fue, además, un estratega de la diplomacia y de las armas, que convirtió al pequeño reino de Prusia en la gran potencia alemana, mediante guerras de desgaste y anexión con los estados vecinos, y en rivalidad con el Imperio austro-húngaro. Despertó odios y adhesiones más allá de su país, y fue una referencia para otros políticos contemporáneos y posteriores, que rompieron las fronteras de Europa, como Napoleón o Hitler, aunque cada uno es responsable de sus propios actos. Pero Federico fue, además, un rey con fama de culto, promotor de las artes y de la música, y una persona llena de matices y complejidades. Su muerte, tres años antes de la Revolución francesa, cierra el siglo clave del absolutismo monárquico, con todas sus grandezas y miserias.