"El juego espontáneo" habla de la idea de juego: del juego de la vida. De jugar de la forma más natural y saludable que sea posible nuestra propia existencia; de jugar con la seriedad de la que habla Nietzsche: el niño, cuando juega para divertirse, tiene que jugar en serio. No aborda los juegos reglados (game) sino el juego espontáneo (play). El juego como articulador esencial de la vida propia y de relación. El juego como médium, como lubricante para vivir y existir. Jugar es hacer, actuar. Al jugar se hilvanan la creatividad, la vida, la identidad, la salud, el humor, la cultura. Se juega en un espacio transicional -común, compartido- de fecundaciones cruzadas. En palabras de Friedrich Schiller, "el hombre solo juega cuando es humano en la acepción plena del término y solo es plenamente humano cuando juega".

Poco se ha escrito sobre el juego. De este asunto se han ocupado de forma general autores como Platón, Schiller, Baudelaire, Nietzsche, Freud, Duchamp, Wittgenstein, Fink, Caillois y algunos otros; y de forma específica, Johan Huizinga y Donald Winnicott con "Homo ludens" (1938) y "Realidad y juego" (1971), respectivamente. Todos ellos son los autores de cabecera de este ensayo. Y, por descontado, mis maestros, Carlos Castilla del Pino, León Grinberg, Hugo Bleichmar y Emilce Dio. Clave en este estudio es la influencia del psicoanalista inglés Donald Winnicott, cuyo pensamiento he analizado en la monografía "Donald Winnicott: vocabulario esencial", ocupándome del concepto de "playing", nuclear en su vida, en su clínica y en su obra, y esencial en cada uno de nosotros.