Prol., Miguel Ángel Ballesteros Martín. La historia reciente de la guerra confirma una curiosa tendencia que, desde atrás pero ahora con más fuerza, descubre posibilidades de éxito crecientes a los más débiles. Incluso los extremadamente débiles tienen opciones y por eso deciden desafiar a los más poderosos. En este contexto, el sistema internacional, afectado por la globalización y por la crisis del estado y de la guerra, descubre nuevos protagonistas y nuevos escenarios que reclaman, con intensidad creciente, la convergencia coherente de acciones y discursos. La lógica de la guerra y la de la política, siendo distintas, están más obligadas a sincronizarse que antes. Las dos son cada vez más visibles y el público toma partido. La tecnología ha globalizado los flujos de información permitiendo a los medios de comunicación social convertir el mundo en un gran patio de butacas. Todo está a la vista. La política y la guerra se hacen en medio de la gente y la conquista de sus corazones y sus mentes es, en gran parte, su objetivo. La nueva situación está provocando un desplazamiento del centro de gravedad del poder, que esta dejando de ser dominio de lo tangible para ser cada día más dominio de lo intangible. El componente inmaterial, de esta manera, desde el centro, ordena todo a su alrededor en una sintonía que estructura tiempo, espacio, fuerza y mensaje para influir sobre las decisiones del público capturando sus percepciones y expectativas. En este panorama, la batalla de las ideas, de los relatos, de las narrativas es la batalla decisiva, que necesita movilizar discursos y provocar emociones colocando delante de los espectadores palabras e imágenes seleccionadas de la realidad. El dominio de la información es una posición fundamental que debe conquistarse, ocuparse y defenderse a toda costa, se ha convertido en la clave táctica del problema. Asimetría, guerra e información son líneas de operaciones que nos descubren cómo el equilibrio de fuerzas depende cada vez má