Hay aspectos importantes de nuestro pasado reciente que corremos el riesgo de ignorar, o de recordar selectivamente, porque no se ajustan al canon dominante, que en Euskadi es de tipo patriótico triunfalista. A pie de calle, hablar del terrorismo sigue siendo un tabú. La gente asume que es un tema que va a causar problemas o a generar prejuicios, sobre todo si se aborda desde una perspectiva no nacionalista en una sociedad que mayoritariamente lo es. Esto ahonda en el olvido de las víctimas. Nunca ha habido tantas iniciativas como hay ahora por su memoria. Pero, simultánea y paradójicamente, nunca ha habido tanto olvido. Si queremos afrontar y revertir esta última tendencia, tenemos que aspirar a responder como los alemanes en la gestión pública de un pasado de intensa violencia política: mirando de cara a nuestros propios fantasmas y aislando a los que relativizan o justifican los crímenes. Eso ayudaría a desterrar dos tópicos que hoy están férreamente asentados: el de la ETA “buena” antifranquista y el de que aquí hubo un “conflicto” con dos bandos equiparables enfrentados en una especie de guerra.