La extrañeza es una sensación, un frío del que uno no puede guarecerse, sobre todo cuando es uno mismo el extraño. Es cierto que la poesía es un ejercicio de extrañeza, de mirar con ojos distintos de lo que se mira habitualmente pero también es una sensación de perspectiva. Por eso, el frío que reside en este libro, que es como decir un espacio, es de los que calan, es aquel frío que no se siente fuera, sino dentro.

La cama es el borde y el borde es una manera de sentir los límites del espacio. En ese sentido hay fronteras. Las fronteras duelen, esquivan, construyen lo diferente. Es esa detención de la frontera la que impele a la reflexión sobre lo contenido en ellas. Es la piel otra frontera así reconocida. Un documento para la salvación, una soga a la que aferrarse mientras todo derrumbe es necesario.

(?) Entrar en un diálogo con la alteridad implica la pérdida. Lo otro apenas es dotado de realidad en tanto en cuanto alguien define esa otredad, con rasgos de lo que llama mismidad. Este adentro afuera es el leitmotiv de este libro. Quien lo lea no espere concesiones: la herida es el punto de origen. (Del prólogo de Luis Luna).