La crisis, adoptada de manera unánime para los más variados campos y asuntos, prolifera en los discursos que tratan de responder a las perturbaciones e incertidumbres. Al respecto, se suele traer a colación el parentesco de la misma con la (in)decisión, remontándose para ello a la krisis hipocrática que señalaba el momento decisivo -de recuperación o de recaída- en una enfermedad. Sin embargo, apenas se recuerda que la crisis también está emparentada tanto con la crítica como con el criterio; quizá radique ahí el que cada vez parezca más desusada la práctica misma de someter a crítica los propios criterios, no sólo los ajenos. Pero dicha práctica revela la crisis como un potente analizador de nuestras (in)capacidades, y no tanto por lo que respecta a establecer medidas extraordinarias sino más bien en relación al restablecimiento de lo ordinario a partir de la asunción de las tensiones que en la misma se concitan. Ya se trate de aquellos criterios que sirven para designar a una sociedad como del conocimiento o de la comunicación, ya se trate de los establecidos para distinguir la vida de la muerte e interfieren en el derecho a una muerte digna; pero también, y no en menor medida, de aquellos criterios manejados para la conformación de las víctimas y chivos expiatorios de la propia crisis tanto como de la conversión de la inestabilidad en norma, pues ocuparse de la representación de la crisis y sus urgencias no impide seguir ocupándose de la crisis de la representación social y sus exigencias. Porque la crisis se hace global por cuanto toca a no pocas transformaciones decisivas en nuestros propios criterios de dependencia, y esto supone un replanteamiento de la manera en que damos forma conjuntamente a nuestro entorno y aprendizaje, alterando sus modos institucionalizados. No en vano, la crisis juega un papel relevante en toda institucionalización del discernimiento, recordándonos la inviabilidad de una resolución terminante de nuestras categorizaciones, provisionales y tentativas; clausuras parciales, no cierres definitivos, que comprometen así aquellos criterios que en cada momento legitiman las propias acciones.

De todo ello dan cuenta las distintas contribuciones a este libro, forma social a su vez en crisis. A través de la participación de Alberto Conde, Ramón Fernández Durán, Joseba García Melero, Félix Goñi, Vicente Huici, Dolores Juliano, Emmánuel Lizcano, Fernando Marín Olalla, José Luis Pardo, Cristina Peñamarín, Guillermo Rendueles y Alfonso Unceta, se aborda aquí la idea de crisis desde muy distintas disciplinas y situaciones, tratando de favorecer una comprensión activa a tenor de sus interferencias.