La realidad unitaria de la Hispania romana se rompe a principios del siglo VIII al desarticularse la sociedad visigoda, lo que posibilita la conquista musulmana. Es en el marco subsiguiente donde se van a ir configurando las distintas formaciones políticas del norte peninsular: León, Navarra, Aragón y condados nororientales. Pero la conciencia de unidad se mantiene como una percepción subyacente. Desde esta percepción y desde los condicionamientos históricos se explican las manifestaciones de una tendencia que, con avances y retrocesos, impulsa un proceso plurisecular de reunificación que genera frecuentes expresiones: algunas de ellas transparentes; otras, más veladas, pero siempre altamente significativas. A partir de ahí se comprende la atención que presta J. M.ª Mínguez al estudio de los desarrollos de cada formación política; pero no como procesos yuxtapuestos, sino como partes de un proceso unitario y unificador, pero que sigue vías y ritmos parcialmente diferenciados. Así pues, el estudio de los procesos sociales ocupa en esta obra un lugar central, desplazando a una posición tangencial, aunque perfectamente integrada, el interés por los acontecimientos concretos. Es una historia menos narrativa que interpretativa y que trata de desentrañar la racionalidad interna de la evolución de las sociedades. Pretensión inherente al carácter científico de la historia, más necesaria, si cabe, en estos tiempos en que historia y ficción se confunden con frecuencia interesada y cuando la historia sufre los embates de una sistemática manipulación con la que se intentan fundamentar opciones políticas basadas no en la realidad, sino en la melancolía. Pero las realidades sociales de cada momento son resultado de transformaciones permanentes, y el conocimiento científico de éstas se erige como la única vía posible para la comprensión de las realidades actuales. Entiéndase esto como una reivindicación de la Historia –con mayúscula– y, más concretamente, de la Historia Medieval.