Pertenece a la adolescencia y la juventud el ejercicio de la experimentación vital. Todo se vive individual y socialmente por primera vez, aunque, desgraciadamente, ya no existe otra primera vez para esa misma vivencia. Llevada al máximo por los espíritus más comprometidos o, por el contrario, los más irreflexivos, esa experimentación puede incluir el único fenómeno humano que solo se puede vivir (?) una vez: la muerte. El suicida volitivo es un fracasado por naturaleza. Si muere, habrá fracasado en la vida. Si no muere, habrá fracasado en su intento. Y tendrá que seguir viviendo la misma vida a la que quería renunciar, aunque, ya se sabe, la vida es un laberinto, o un jardín con senderos que se van bifurcando sin que quede muy claro si se puede elegir el camino o es el camino el que te elige a ti. Otros pretenden experimentar con la idea de la muerte, convirtiéndola en arte, en este caso en literatura. El protagonista sin nombre de El silencio responde si le llaman va de fracaso en fracaso: las ilusiones juveniles, la incomprensión de lo absurdo, el suicidio, que, por algún motivo se frustra, la vida posterior que nace de él y, finalmente, la muerte de verdad, cuando toca, que es al mismo tiempo el fracaso de la vida y su culminación.