La tesis inicial de esta monografía es que el mundo occidental se ha construido sobre las bases del Derecho moderno cuyos conceptos y presupuestos contienen una visión masculina de la realidad que cierra la puerta a otros escenarios diferentes. El feminismo jurídico ha criticado esa mirada masculina de la vida generada y sustentada por el Derecho, pero la crítica procede también de otros saberes. Entre ellos, el arte es un ente transformador que produce ideas, nuevas sensibilidades y promueve cambios culturales que potencialmente persiguen ser incorporados al Derecho. Además, es capaz de dotar al fenómeno jurídico de lo que desgraciadamente siempre ha carecido y de esta manera expresar emociones y sentimientos, que son también parte de nuestra naturaleza.
El arte femenino consigue transmitir de manera efectiva y afectiva la crítica a la estructura social patriarcal que hace tambalear los cimientos del Derecho masculino. Este arte no solamente ha deconstruido los mitos y conceptos del patriarcado, sino que ha propuesto nuevas concepciones del sujeto que escapan de binarismos esencialistas inútiles y que se centran en lo que nos hace humanos: la igual libertad como capacidad de decidir sobre la propia vida, que tiene en cuenta que no somos seres autosuficientes sino contextualizados y relacionales; la común vulnerabilidad y la necesidad de cuidados que sirven de fundamento a la solidaridad pública; y, sobre todo, el afecto y el amor que nos unen y que permiten la articulación de todos los derechos y la satisfacción de la dignidad de todos los individuos, cada uno con sus diferencias (y no solo de sexo).