Entre los siglos XIX y XX la agricultura cubana, sobre todo de la mitad occidental donde radicaba el centro de la industria azucarera y tabacalera, tendió a introducir elementos de modernidad, acorde con los modelos propuestos por los países representativos de la llamada <> y en los que la ciencia y la tecnología ocupaban un lugar significativo. Sin embargo, no desaparecieron las prácticas agrícolas tradicionales, que en muchas ocasiones complementaban o llenaban las expectativas de la agricultura moderna. Este proceso estuvo marcado por una coexistencia entre <>. Asimismo, la crisis ecológica que afrontaba la región del Occidente de Cuba desterraba el mito de la agricultura tropical con rendimientos agrícolas decrecientes, empobrecimiento progresivo de los suelos cañeros y tabacaleros, declive de las plantaciones cañeras y con la creciente aparición de plagas y enfermedades en los cultivos. Los factores mencionados, junto con otros de muy diversa índole, motivaron que los hacendados, colonos, vegueros y agricultores tomasen conciencia de la necesidad de desarrollar una agricultura racional, capaz de sostenerse en términos técnicos y socioeconómicos. Los reformadores agrícolas tuvieron un papel destacado en el proceso de modernización a partir de 1878. A la cabeza de este movimiento estuvo Francisco de Zayas y Jiménez. Junto a él, figuras como Carlos Theye, José Comallonga o Francisco B. Cruz contribuyeron a la introducción y propagación de nuevos procedimientos científico-tecnológicos y a la creación de una serie de instituciones de ciencia aplicada, docente y experimental como la Escuela de Agricultura y los laboratorios de química agrícola.