El viaje que inició Cabeza de Vaca en Sevilla en 1527 duró unos nueve años. Ningún guionista hubiera sido capaz de urdir una trama de aventuras tan imprevisible. Tras ser alejados de su destino por un piloto incompetente, trescientos hombres y ochenta caballos desembarcaban en Florida. Era el inicio de un trayecto hasta el oceáno Pacífico por tierras inexploradas que sólo lograron terminar cuatro hombres, Cabeza de Vaca entre ellos. En el camino vieron morir a sus compañeros en un goteo escalofriante antes de ser esclavizados y separados por sus respectivos amos. Luego consiguieron liberarse y andar del Atlántico al Pacífico transformados en auténticos chamanes, con un séquito de millares de indios que los adoraban y los proveían de todo aquello que deseaban. Pero su viaje épico por Norteámerica escondía una lección más valiosa que todo eso, algo tan simple a los ojos del siglo XXI como que los indios eran iguales que ellos, que merecían respeto y que otra relación basada en la cooperación era posible. Si la historia no recordara a lso que mataron más indios o sometieron a más pueblos por las armas, sino a los que buscaron el entendimiento y la salvaguarda de sus culturas, Cabeza de Vaca sería el verdadero héroe del Descubrimiento.