Al esplendor de una ciudad dinámica, en transformación y con una sólida posición jerárquica regional, se unieron las sombras producidas por la insalubridad, la crónica carencia sanitaria; el hacinamiento, la marginalidad social, la perenne violencia interna y externa, tan común al periodo Moderno; el efecto coercitivo ejercido por lasleyes desiguales y la estricta norma religiosa; el generalizado temor a las cíclicas hambrunas y enfermedades; los cambios de la fortuna, la presión corsaria y pirática; las extremas desigualdades socioeconómicas; o el desasosiego generado por la continua presencia de la muerte. Ambos aspectos formaban un todo cuyo resumen era la propia urbe, la cual, en el periodo estudiado por el autor se convirtió en un espacio donde las representaciones de la fe, el dolor, la vanidad, la ostentación, la esperanza, el agotamiento o la muerte eran situaciones cotidianas separadas por algunos metros o una simple pared. Los mencionados aspectos y otros de parecido fuste han motivado la presente investigación donde se pretende dar una visión de conjunto de Las Palmas durante una centuria, cuyo inicio tuvo un profundo efecto devastador para la ciudad con el ataque corsario de las tropas neerlandesas a mando de Van der Does en 1599 y los estragos demográficos infligidos por las epidemias registradas en el primer quinquenio del siglo. Ambos episodios no fueron una navaja occaniana para la urbe, pese a destrucción selectiva realizada por los asaltantes, al contrario, el dinamismo urbano generado por la recosntrucción, las nuevas construcciones, la extensión urbana en áreas de la intramuralla, la consolidación de la red de defensa o el considerable desarrollo de núcleos cercanos -San Lorenzo, Tamaraceite, La Ollería- fueron factores que no tuvieron un carácter coyuntural unido a la citada tragedia, pues éstos prosiguieron a lo largo de la centuria analizada.