La Transición ha resultado ser el resultado más firme sobre el que se asientan los tiempos presentes. En aquellos años, León, una provincia apartada de los núcleos de decisión, asiste -y asiente- a la desvertebración del franquismo, acatando las órdenes de sus políticos más relevantes. La fase de cambios coincide con una agricultura provincial privada de mercados, una minería plagada de conflictos latentes y una industria obsoleta. Durante una década (1973-1982), León se convertirá en receptora obediente de órdenes diseñadas en Madrid, apuntalando una política de hechos casi consumados. Fue un cambio sin protagonismos, propio de una provincia asentada en la quietud secular, dejando campo libre a las maniobras camaleónicas de sus políticos franquistas. El exiguo panorama político y los designios de un proceso autonómico diseñado 'desde arriba' completarán los rasgos de un modelo provincial estancado.