En las sociedades europeas actuales, si no prevalece absolutamente el desorden en modo alguno impera el orden. En la Europa estatista del Estado de Bienestar, aunque los regímenes políticos parezcan estables, no hay propiamente regímenes (régimen significa orden) sino situaciones políticas. Una situación política es una forma transitoria, desorientada, de convivir políticamente, en la que es incierto qué va a pasar. Cuando las situaciones políticas son de larga duración, la confianza en el régimen, en el orden establecido, empieza a deteriorarse y debilitarse progresivamente a medida que aumenta la incertidumbre. Llegado un momento, la incertidumbre política puede devenir incertidumbre social. Pues la finalidad del orden político consiste, justamente, en dar seguridad paliando la incertidumbre colectiva sobre la vida, la propiedad, la justicia y la seguridad del grupo. Sin embargo, mientras la incertidumbre no rebase el plano puramente político, la situación no será grave, puesto que, en sí mismo, el orden político es un orden superficial. Se agrava cuando, trascendiendo el orden político, llega a perderse la confianza social. Y los actuales regímenes europeos no inspiran precisamente la confianza política: existe también una gran desconfianza social. No se trata ya de una mera situación política o de una situación socio-política, sino de una situación histórico-política dominada por la incertidumbre ante el porvenir. No es sólo que los hechos inspiren desconfianza sino que se desconfía abiertamente del futuro de las colectividades políticas. Lo que está en juego es el destino de Europa como sujeto de la política. La política domina todo. Todo se supedita a política y la politización destruye el êthos y la confianza en el seno de los pueblos europeos, siendo la causa principal del riesgo de que como civilización, Europa, reducida a su espacio geográfico, pudiera quedar al margen de la historia o devenir su objeto. Ya ha ocurrido con muchas civilizaciones, cuyo ocaso