#Ninguna persona#, dice Flórez Estrada en un rincón de este libro, #puede permanecer, sin riesgo, espectador tranquilo de las convulsiones del Estado#. Nada resume mejor la actitud de este político, economista y escritor prolífico, que, en 1810, ve llegado el momento de transformar las antiguas Cortes en una moderna asamblea, destinada a poner en orden el país, asegurando la soberanía nacional y las libertades de sus ciudadanos. Ser liberal en España, escribió Larra, es ser emigrado en potencia. Y razón no le falta, pues afrancesados y liberales estrenaron en 1814 el camino que habrían de seguir tantos españoles, fieles a sus ideas políticas: el camino del exilio. Tampoco se equivocaba Baroja al apuntar que el siglo XIX español era un gran siglo novelesco, sin victorias ni satisfacciones, pero con una extraordinaria movilidad dramática y una singular riqueza episódica. Toda esta centuria revienta de política; se inflama de promesas y conspiraciones. Fue antes de esta vida de exiliado y conspirador, en Londres, en 1810, mientras aún se luchaba contra los ejércitos de Napoleón, cuando Flórez Estrada escribió la Introducción para la historia de la revolución de España: un libro sumergido en el torbellino desatado por la Revolución francesa, escrito junto a la corriente sosegada del Támesis, una declaración de esperanza y no un preludio del caos. Las aventuras de Flórez Estrada no tienen nada que envidiar a las del incansable Eugenio Aviraneta, el personaje barojiano de la Memorias de un hombre de acción. Después del regreso de Fernando VII, no hay revuelta donde no aparezca ni conspiración donde no se deslice su rostro seco y vagabundo de liberal.