En 1904 el capitán Vicente Paredes mató durante un duelo a pistola a Rafael de León y Primo de Rivera, marqués de Pickman, en una finca a las afueras de Sevilla. Este podría ser el fin de un episodio que comenzó a enredarse poco antes cuando recorrió por la ciudad el rumor de que el capitán, amigo del marqués, cortejaba a Maria de las Cuevas Pickman, esposa de Rafael, y una de las propietarias de La Cartuja de Sevilla.

La muerte de Rafael de León, en efecto, hubiera debido cerrar esta historia. Pero como la Iglesia condenaba los lances de honor, el arzobispo de Sevilla, monseñor Spínola, prohibió que le enterraran junto a los suyos en el cementerio católico de San Fernando y le desterró al cementerio civil. Tal decisión provocó una conmoción en la ciudad. El día del sepelio, los obreros de La Cartuja, acompañados de familiares y amigos del marqués, salieron en defensa del muerto: se amotinaron y, en un tumulto que devino en manifestación anticlerical, le inhumaron a la fuerza en el panteón familiar. De madrugada, con nocturnidad y alevosía, la policía secuestró el ataúd y lo trasladó al cementerio civil.

Duelos, amoríos, cadáveres ambulantes e insepultos, noches lúgubres en un cementerio... Es un drama bizarro, esperpéntico. Parece el argumento de un folletín romántico del siglo XIX. Sin embargo, es verídico en todos sus extremos y como decía el historiador Carlo Ginzburg, pionero de la microhistoria, estas tramas extrañas, en los márgenes de lo real, permiten entender mejor los límites de lo posible.