El diplomático, sintiendo sobre su nuca la mirada del ministro desde su rostro redondo y bonachón y como su misma persona, cordial, abandonó el despacho lentamente, con un cierto ceremonial, cerrando la puerta con suavidad pero sin volver la vista atrás…

Tras la salida de España en febrero del 76 del Sáhara Occidental, Ballesteros, cónsul de España en Rabat, fue el único funcionario que durante cuatro años se ocupó de aquel territorio que entraría en el capítulo negativo de la historia española, al no poder Madrid culminar su misión descolonizadora ni en la etapa autocrática ni con los gobiernos democráticos, incrementando así gravemente el crónico déficit histórico en su odisea colonial.

A mediados de los 80, se incorporó como primer secretario de la embajada en Rabat, Miguel Angel Moratinos, que pronto dio muestras de su eficacia ocupándose también del Sáhara Occidental. Ballesteros, a la sazón ministro consejero en Cuba y después consejero cultural en Egipto, había escrito un libro que pronto sería clásico, Estudio diplomático sobre Ceuta y Melilla. Y cuando a partir de la segunda mitad de los citados 80, Moratinos pasa a llevar, primero la cooperación y luego las relaciones políticas con África, se establece una particular relación profesional y de amistad entre ambos diplomáticos en la que Ballesteros propuso y Moratinos alentó, la creación, cuando se pudiera, claro, de una oficina para coordinar los tres grandes contenciosos de la política exterior de España.