La historia de la modernidad ha creado algunos mitos persistentes. Uno de ellos es el que convierte a París en meca, en centro único e indiscutible de la creación artística desde finales del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial. La capital francesa parece reinar en la historia del arte desde el postimpresionismo hasta 1945, cuando, con la llegada del expresionismo abstracto, una revitalizada Nueva Cork la sucede en el trono de la capitalidad artística mundial. Sin embargo, la realidad difícilmente puede reducirse a esquemas tan estrechos.

Una simple mirada a lo que realmente ocurrió tanto en la Europa como en la América de la época nos lleva a la conclusión inmediata de que, incluso entonces, no todos los caminos conducían a París. Es cierto que en la capital francesa concurre una gran tradición artística con unas estructuras sociales especialmente receptivas a la creación. Pero también es cierto que el mapa de la modernidad internacional nos revela un territorio con muchos centros, una red que une propuestas y posibilidades diversas. Se trata, más bien, de un mosaico en el que conviven distintos puntos de interés, distintos centros de atención.