A partir del momento en que el joven Jorge Luis Borges, recién llegado de Europa, se convirtió en BORGES, con mayúsculas, o sea un referente cuasiuniversal, no ha dejado de sacudir asentados protocolos de lectura. Del deslumbramiento por sus metáforas a la precisión de su prosa, la lectura ha ido pasando por un descubrimiento paulatino pero constante del mundo de saber que alimentaba sus originales formulaciones.
Ahora, y aquí, un entusiasta indagador registra en la obra de Borges una fina urdimbre científica y postula que la ciencia, o al menos determinadas epistemes científicas, está presente, rige y altera su textualidad, la anima y le confiere una densidad que si se los descarta la torna incomprensible.
Emanuele Leonardi diseña de este modo las relaciones de Borges con la ciencia y presenta un Borges galileano, como si Borges hubiera “visto” lo que Galileo vio, o hubiera ingresado en el mundo de Bertrand Russell o de Arthur Stanley Eddington, posibilidad nada remota pues las obras de esos filósofos-científicos se divulgó en el momento en que Borges trascendía los límites de una percepción localista y se volcaba a un registro de signos diversos y más inquietantes.
En este libro Leonardi se interna en una aventura intelectual que merece ser considerada; sin duda, registra una veta poco cavada y entrega importantes hallazgos.