En las últimas décadas el conocimiento del siglo XVIII español ha vivido cambios extraordinarios en muchos ámbitos, pero especialmente en el terreno de la biografía de quienes fueron los grandes protagonistas de aquel siglo que llaman ilustrado. Desde que en 1978 los profesores aragoneses Olaechea y Ferrer Benimeli dieron a la luz su estudio sobre el conde de Aranda no han dejado de publicarse excelentes monografías sobre Floridablanca, Roda, Campomanes, Olavide, Azara, Ensenada, los confesores reales Guillaume Daubenton y Francisco Rávago, Carvajal, Patiño, la reina Isabel de Farnesio, los monarcas de la casa de Borbón, con desigual fortuna, hasta culminar con la que quizá sea el mejor estudio de los últimos años, la biografía del profesor alicantino Emilio La Parra sobre el controvertido Manuel Godoy. No obstante estos avances queda mucho por hacer. Pongamos un ejemplo llamativo: resulta inexplicable que la figura de Jerónimo Grimaldi, máximo responsable de la política española entre 1763 y 1777, y embajador en Suecia, Parma, Holanda, París y Roma, no haya encontrado todavía al historiador que trace su biografía política. Sí lo ha tenido Ricardo Wall, el antecesor de Grimaldi al frente de la Secretaría de Estado, lo que hoy día llamamos Presidente del Gobierno. Un joven historiador riojano, Diego Téllez Alarcia, se ha atrevido con un personaje de trayectoria compleja, de origen irlandés, que fue militar, diplomático y máximo responsable de la política de la monarquía hispánica entre 1755, con Fernando VI, y 1763, ya con Carlos III en el trono. En su estudio, que ha merecido el premio #Jóvenes Historiadores# que concede la Fundación Española de Historia Moderna, Diego Téllez ha sabido valorar la importancia de los contactos personales, la fuerza a veces determinante de las recomendaciones, la intriga, y las luchas sordas (que en ocasiones pasan a ser clamorosas), en el encumbramiento del personaje político. Para ello las fuentes utilizadas han sido abundantes, si b