Actualmente las organizaciones se desarrollan más rápidamente que en cualquier momento anterior. En este texto clásico, Lievegoed apunta a la existencia y necesidad de una “escuela europea de dirección de empresas”. Tan acostumbrados estamos al dominio de América en el campo de los negocios y la teoría organizativa, que pocas veces nos detenemos para reflexionar acerca del origen de esa teoría; cuando lo hacemos, descubrimos que los Estados Unidos no poseen el monopolio que implícitamente les atribuimos y Europa tiene un papel relevante.

El significado del enfoque de Lievegoed se basa no sólo en su carácter distintivo centroeuropeo, sino también en su idoneidad global para un mundo de los negocios en el que tanto la individualidad como la interdependencia tienen cada vez más importancia. Los países industrializados del siglo XIX se caracterizaban por una personalidad emprendedora y el espíritu de la independencia nacional. En la primera mitad del siglo XIX

estas características se metamorfosearon en las del hombre organizativo y la dependencia de las instituciones; los atributos característicos de hoy en día son la autonomía individual y local, por una parte, combinadas con la interdependencia institucional y global, por la otra. Es en este contexto en el que la dirección del desarrollo está alcanzando lo que le es propio; y por razones que van mucho más allá de las implicaciones que conlleva la Unión Europea y su mercado común, Europa puede estar conminada a ejercer una nueva influencia en la dirección de empresas en el escenario mundial.